“In Orbem Insinuata”

En la obscuridad de la noche, cuando la soledad aprisiona el alma, la Muerte ronda a la que alguna vez fue una doncella hermosa, quien se mira al espejo, horrorizada al descubrir que el tiempo y la enfermedad se han llevado la belleza en la que tanto confiaba…

Durante la Baja Edad Media, la danza macabra fue un género literario y pictórico que reflejaba la terrible situación que la población sufría en esa época y que a la vez recordaba que a la Muerte no le importaba el estatus social, económico o la ideología de los seres a los que se llevaba con ella. Es considerada como la gran unificadora porque para la Muerte todos somos iguales.

Las representaciones de la danza macabra aparecieron en las artes plásticas y en las escénicas con alegorías acerca del pueblo donde se simbolizan una o varias personificaciones de la Muerte con cierto número de seres vivos.

“Con el paso del tiempo, la Muerte personificada se convirtió en un muerto concreto representado, bien como esqueleto, bien como cadáver en proceso de putrefacción, entendiéndose en ambos casos como el doble especular del vivo. De ese modo, frente a la jerarquía estamental, expresada por medio de la indumentaria, la homogénea imagen del muerto contribuía a subrayar el poder unificador de la Muerte”. (Herbert González Zymla.  “La danza macabra”. Universidad Complutense de Madrid)

Una de las representaciones pictóricas de la danza macabra más conocida, es “La muerte y la doncella”, cuya primera referencia es la historia de Hades y Perséfone, aunque a partir del Renacimiento, el tema empezó a ser utilizado para presentar a una jovencita, generalmente desnuda y a un esqueleto que simbolizaba la Muerte.

Hace algunos años, cuando aún estudiaba la licenciatura en coreografía en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea del INBAL, tuve mi primer acercamiento a las danzas macabras, con una pieza llamada “Cuarto Menguante”, del que he retomado la idea del dueto de la Muerte y una mujer en el punto crucial de decisión, sobre seguir viviendo o dejarse morir ante la certeza de la vejez, la enfermedad y la decadencia.

“In Orbem Insinuata” marca mi regreso al escenario, con el que venía “coqueteando” con mi participación en “Estudios sobre la nostalgia”, en un papel muy obscuro, un ser del más allá que atormenta a esta mujer que lucha por mantenerse en pie a pesar de la vida que ha llevado.

“Estudios sobre la nostalgia”

¿El amor es capaz de vencer a la muerte?

El último abrazo que le di a mi madre fue el 31 de diciembre de 2011 porque ella moriría el febrero siguiente. No recordé ese dato sino hasta cinco años después, en el domingo de resurrección de 2017, cuando mis pasos por las calles de Madrid me llevaron a encontrarme con un viejo amigo, a quien hacía diez largos años que no veía y de quien apenas había sabido algo en todo ese tiempo. Mi alma se llenó de alegría al mirar de nuevo a esa persona querida de mi pasado e impetuosamente lo saludé con un gran abrazo que fue recibido con torpeza y frialdad. Me sentí muy avergonzada por no haberme comportado con más mesura o con mejores modales. Al despedirnos, unas horas después de que hubiésemos conversado como hacía tanto tiempo que no hacíamos, quise abrazarlo fuertemente, pensando en que quizás nunca más volveríamos a vernos, teniendo un océano de por medio y … no me atreví. Por esas calles de Madrid, andando sola, sentí el mismo vacío que tengo en el alma desde que mi madre murió: ¿Qué hago con este abrazo que quedó atrapado en mi piel, en mi corazón y que no pudo ser? ¿Qué hago con estas infinitas ganas de volver a abrazar a aquellos que ya no están conmigo?